Sonia
POR LA DEFENSA DE LOS PATOS
No es lo mismo. Definitivamente no lo es, nunca lo volverá a ser. Los 22 de diciembre, los 22 de los Patos no serán nunca lo mismo sin la Chá y el Ché. Talvez haya que cambiar de nombre la celebración, opinan unos; tal vez se tenga que cambiar de día, señalan otros. Quizá la solución sea abolir los Patos, renovarse y renacer de las cenizas. Otros pugnan por enviarlos al rincón de los olvidos futuros, al cielo color limón, rosa y lavanda de la añoranza de lo que fue y no volverá a ser. Recuérdalo de Paul Auster.
Yo creo, sin embargo que los patos son inolvidables. Los empleamos para puntualizar ironía “ahora los patos le tiran a las escopetas” o desidia “no te hagas pato” Se usan para contar chistes malos de la especialidad Zepeda Martínez y sus derivados “Caminaba una familia de patos cerca de un estanque cuando se percatan de que un gato se acerca a toda velocidad a atacarlos. Entonces se tiran al estanque la mamá pato, el papá pato y hijito pato, este último exclamando -¡fiiu! Qué bueno que nos aventamos los cuatro”-.
-¿cuáles cuatro?- dice el papá, ¡Es que el patito no sabía contar!
Sin embargo con estos Patos nos han permitido deleitarnos con la preparación de los patos a costillas del Chef - Arquitecto Balbi. Nos han enloquecido cuando se vuelven regalos que tiemblan y hacen cuac cuac toda la noche y se depositan en Chapultepec la mañana siguiente. Y hemos sido víctimas (las menos de las veces, por fortuna) de los que se hicieron pato con los regalos.
De todos modos los Patos, Patos son. Son los que enseñamos a querer y necesitar a nuestros hijos. Los que han dado el pretexto perfecto a los viajeros de la familia para estar presentes o hacerse presentes de distintas maneras. Son los Patos de las comilonas, de las borracheras, los de “cada loco con su tema”. Los Patos itinerantes de los restaurantes caros a la casa de los Chés y a la de Gon y Lupe, a la de Mario y a la de Dani y a la de Griselda en Cuernavaca. Esos Patos a los que nos hemos sumado los que éramos extraños y nos volvimos propios. Los de los disfraces de Buzz Lightyear, los de los primos, los de los tíos, los de los invitados a esa celebración y los que se hicieron familia. Los Patos que fueron testigos de cómo el árbol Zepeda crecía y retoñaba.
Mi poca, pero entrañable experiencia “patil” me dice que desde la primera vez que participas, los Patos te generan adicción. Se queda tatuado “algo” en ti que recuerda que alguna vez fuiste Pato, de ésos patos. Por tanto, no sean malitos… ¡vamos a hacer los Patos! ¿no?